domingo, 27 de octubre de 2013

"Babel de sueños"

La lluvia llegó envuelta  en el ardoroso manto de la noche de La Habana y el extranjero tuvo que resguardarse bajo la arcada de un portal que olía a vapor húmedo y polvo de madera, vencida ya por los años. Pronto la calle quedó casi muda, desolada, y las nubes aplastaron la ciudad bajo un cielo de plomo oscuro. Tras aquella lluvia que pintaba de plata la noche y zarandeaba  las hojas de los jagüeyes y los flamboyanes, un edificio relucía sobre la tromba de agua como si fuera el esqueleto de marfil de un  viejo pero invencible dinosaurio.

El extranjero contempló aquella imagen frente a él un largo rato, absorto, casi hipnotizado.

Tras las ventanas iluminadas, a contra luz, iban y venían las siluetas de personas en sus quehaceres. Escenas hogareñas, amables y familiares que –por  ser ajenas—  parecían todas felices.  

 De una de las ventanas se escuchaba a una muchacha joven reñir alegremente a un niño, tal vez su hijo. En otra sonaba a ritmo de jazz una trompeta. Justo arriba, un hombre  fumaba apoyado en el quicio de la ventana. Un poco más abajo, una pareja, muy juntitos el uno del otro, contemplaba en silencio la lluvia. En otra unos niños extendían los brazos riéndose, mojando sus manos con las gotas de agua. Algunas otras ventanas permanecían completamente calladas y oscuras…

Ajeno e indiferente al mal tiempo, aquel edificio bajo la tormenta era como un pequeño y cálido refugio de afectos y ternura… como un pequeño ‘Babel de sueños’ y el extranjero –ese extranjero al menos— no puedo evitar pensar que todas aquellas ventanas  y sus gentes eran una evocación, una fiel metáfora de esa Cuba que a pesar del hostigamiento y la adversidad de fuera se mantiene resistente, viva y luminosa por dentro, y que sus mujeres y hombres, más allá de sus historias particulares, comparten todos juntos una forma distinta de entender la vida y querer vivirla, un destino común lleno de crudeza y dificultades, pero también de sueños y esperanzas sin los cuales ninguna historia humana merecería jamás la pena.  

Aquella noche de agosto,  al extranjero le hubiera gustado conocer una por una a todas esas personas que, ajenas a él, le mostraban un instante de sus vidas y de esos pequeños detalles que, aunque llenos de plenitud, se nos escapan minuto a minuto: el calor de una madre, unas notas de música, la risa alegre de unos niños, contemplar junto a tu pareja la lluvia, la noche, la brisa… en definitiva, mantener intacta la capacidad para asombrarnos permanentemente para que cada gesto, cada palabra, cada instante, se hagan trascendentes, llenándonos de curiosidad para sentirnos  como embrujados por la magia de la vida.

Aquellos seres, durante esos momentos breves, regalaron al extranjero la felicidad que sólo los espíritus generosos y humildes pueden irradiar por encima de las miserias cotidianas.

Aquella noche de agosto, bajo la lluvia del trópico, algo muy dentro del extranjero exclamó en su interior:  ¡Qué grande es Cuba!




Foto: Trasera del Palacio de la Computación, La Habana, Agosto de 2013

En Escacena del Campo, a 01 de octubre del Año 55
CDR-Escacena del Campo.


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